Ansón pertenece a la especie especialmente aborrecida del semiculto, víctima común del «deslumbramiento, entre decimonónico y subdesarrollado, que produce en las sociedades semicultas la posesión de un título universitario». Como presidente de la Asociación de la Prensa, Ansón quiere exigir un título universitario para ejercer el periodismo. Cree que «la aspiración suprema de un ser humano» consiste en colgar en la pared «uno de esos diplomas rubricados y sellados que acreditan la condición de licenciado». En una sociedad evolucionada, sin embargo, a «la gente se le juzga por sus obras y no por sus pergaminos». Lo peor es que este «nuevo Virgilio, cicerone coercitivo y paternal de sus atónitos colegas, pretende además que no valga cualquier título universitario, sino tan solo el que expide la facultad de Ciencias (?) de la Información». En realidad, Ansón parece creer, «como Stalin de los escritores, que un periodista es un “ingeniero de almas” y que solo la facultad de Ciencias de la Información tiene el secreto de esa tecnología espiritual». Ansón estaba decidido a «hacernos ingresar colectivamente en el universo de las novelas de Galdós y convertirnos en funcionarios del Estado o en empleados de la industria y el comercio», plenamente lanzado ya «en su mal viaje hacia las sordideces del pasado».

«Javier Pradera o el poder de la izquierda» (Jordi Gracia)