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Categoría: xornalismo

Periodismo

Ansón pertenece a la especie especialmente aborrecida del semiculto, víctima común del «deslumbramiento, entre decimonónico y subdesarrollado, que produce en las sociedades semicultas la posesión de un título universitario». Como presidente de la Asociación de la Prensa, Ansón quiere exigir un título universitario para ejercer el periodismo. Cree que «la aspiración suprema de un ser humano» consiste en colgar en la pared «uno de esos diplomas rubricados y sellados que acreditan la condición de licenciado». En una sociedad evolucionada, sin embargo, a «la gente se le juzga por sus obras y no por sus pergaminos». Lo peor es que este «nuevo Virgilio, cicerone coercitivo y paternal de sus atónitos colegas, pretende además que no valga cualquier título universitario, sino tan solo el que expide la facultad de Ciencias (?) de la Información». En realidad, Ansón parece creer, «como Stalin de los escritores, que un periodista es un “ingeniero de almas” y que solo la facultad de Ciencias de la Información tiene el secreto de esa tecnología espiritual». Ansón estaba decidido a «hacernos ingresar colectivamente en el universo de las novelas de Galdós y convertirnos en funcionarios del Estado o en empleados de la industria y el comercio», plenamente lanzado ya «en su mal viaje hacia las sordideces del pasado».

«Javier Pradera o el poder de la izquierda» (Jordi Gracia)

José María García: «La única censura que he tenido he sido yo»

Ahora ya no se compran —entre comillas, porque eso no era comprar— periodistas: se compran espacios. Pero ojo, es que esto no es sólo en el periodismo deportivo. La producción de una hora, y no en prime time, sino en una televisión, mínima es de un millón de euros; ahora han descubierto que coges a siete u ocho: ellas, que chillen mucho; ellos, que chillen también. Presumiblemente, que no sean periodistas. Y hacen un programa de cinco horas. Los despachas con 500 euros. Eso empezó con los programas de corazón, ha pasado al deporte y ahora está ya en la política. El programa este de los sábados por la noche en LaSexta, que se pone como ejemplo. A mí se me cae la cara de pena y de dolor. Pero es que ahora escuchas un programa de deportes a cualquier hora y es terrible. Es un gallinero. Es a ver el que dice más soplapolleces y el que se inventa más noticias, y les da lo mismo decir blanco hoy, mañana negro y pasado azul. Hay equipos que han fichado ya a 45 tíos. El periodismo está dejado de la mano de Dios. Es absolutamente vergonzoso cómo está.

https://www.zendalibros.com/jose-maria-garcia-la-unica-censura-que-he-tenido-he-sido-yo/

Javier Ortiz – Sueño con Jamaica

Sueño con Jamaica. Estoy sentado detrás de una mesa negra, rodeado de papeles, delante de una pared de la que cuelgan fotografías de desolación y soledad, entre proyectos de artículos y pilas de opinión que me reclaman. Y estoy volando hacia Jamaica.

La pantalla de fósforo verde me mira adusta. Me está pidiendo impaciente su ración cotidiana de formatos y de claves. Pero hoy –¿qué me pasa?– sólo veo en ella reflejos de espuma blanca sobre un mar de azul intenso. Un mar bajo el sol: bajo ese fiero sol de pasión que ilumina eternamente el puerto de Kingston, en Jamaica.

Sueño con Jamaica. Jamaica es una isla (no sé por qué os lo cuento, si ya lo sabéis); Jamaica es una isla primitiva, anárquica y bellísima, con casas de hojalata que desembocan en largas playas de arena fina y blanca. En Jamaica todo está por hacer, y uno puede vivir con la esperanza en la punta de los dedos, pensando que todo es aún posible y que el futuro existe. Y las gentes son sencillas, y sus sentimientos, espontáneos y directos, y hasta los asesinos son capaces de explicar lo que hacen sin recurrir a teorías sociológicas o sesudos estudios de mercado: matan –ya veis, qué cosas–, y matan porque odian y porque aman, y esos es todo, y nadie le da más vueltas.

En Jamaica, el tiempo no cuenta apenas nada. La gente es tranquila e impuntual, y muy pocos son los que admiten que les impongan una cita: ellos quedan y, al final, aparecen, pero no miran el reloj ni se preocupan por horarios.

Sueño con Jamaica, y en la Jamaica en la que yo sueño nadie se levanta la voz, y el ruido es sólo algarabía callejera, y los policías no dan miedo, aunque asusten un poco con los ruidosos piropos que lanzan a las muchachas que circulan en bicicleta y a las que el aire levanta sus faldas de mil colores.

Tal vez esa Jamaica en la que estoy soñando no exista. Tal vez esto que os estoy contando sea sólo el fruto de películas y carteles de turismo asomados a los escaparates de las agencias de viaje.

Nunca he estado en Jamaica, y es probable que nunca la vea. Me da igual. Mejor que sea así.

Mi Jamaica, esta Jamaica en la que hoy sueño, me vale porque es quimera, porque ocupa el espacio del no-aquí, porque me ayuda a imaginar que podríamos ser otros.

Y sueño, y me voy a Jamaica para mejor sentir mi distancia ante lo que veo: calles grises, gente triste. Y sueño con Jamaica para reclamar de mi más alegría, para pensar que todos podemos romper con todo, que somos capaces de no acudir puntuales a las citas, de reírnos de los estudios sociológicos que explican la muerte, de creer que el porvenir que nos espera no está condenado a ser de por vida un tiempo para el llanto.

Jamaica o muerte. Venceremos.

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(Publicado en El Mundo el 29 de diciembre de 1993)