José Antonio Martín Pallín. Magistrado. Comisionado de la Comision Internacional de Juristas

En tiempos pasados nuestros dos países se lanzaron a la aventura de surcar los mares buscando nuevos horizontes y tierras que incorporar a sus respectivas coronas. Tuvimos un periodo de soberanía común bajo Felipe II, seguida de una ruptura excesivamente traumática y cargada de reproches. Dejemos la historia para ser leída y estudiada y pongamos toda nuestra atención en el presente que nos ofrece perspectivas, ahora más factibles y cercanas.

Me crié en la frontera (A raía) y para mí cruzar la aduana (la Alfandega) era tan natural como bañarme en el compartido río Támega o hacer deporte en los balnearios cercanos a uno y otro lado de la línea divisoria. A veces los piques infantiles de los policías y los guardinhas ponían más dificultades de las habituales. Las monedas se anticiparon al euro y los escudos y las pesetas circulaban y se aceptaban con normalidad en ambos lados del límite que nos separaba artificialmente.

La idea de la unión peninsular ibérica tiene, entre nosotros, antecedentes remotos. Desde hace mucho tiempo los galleguistas lusistas vislumbraron una potencialidad política a la unión galaico-portuguesa-brasileira, con el añadido lingüístico y económico de las colonias lusitanas de África y los enclaves de Goa, Macao y Timor, que, a pesar de las convulsiones descolonizadoras, conservan su lengua y su cultura.

Rosalía de Castro tenía la mitad de su alma reservada para la futura y posible comunión familiar e íntima con el hijo mayor, Portugal, y sus nietos de América y África. En los años treinta, el político gallego Valentín Paz Andrade retomó la idea de la unión basada también en la identidad lingüística. La literatura y la poesía nos suenan cercanas a pesar de las diferencias gramaticales y fonéticas, que no son un obstáculo insalvable. Yo mismo caigo con frecuencia en la tentación de hablar galaico portugués rompiendo la cadencia de esta hermosa lengua, cuando podemos expresarnos cada uno en nuestro idioma y entendernos aceptablemente.

En tiempos más cercanos, José Saramago recogió esta idea en su obra La balsa de piedra (1986). Las rayas trazadas en los suelos no pueden convertirse en barreras infranqueables y en territorios hostiles. Alcanzamos la democracia, por vías muy distintas, en épocas cercanas. Entramos a formar parte de la Comunidad Económica Europea en la misma fecha pero seguimos ignorándonos, manejando los viejos prejuicios. Frente al dicho portugués «De Espanha nin bon vento nin bon casamento», la postura, ridículamente prepotente, de muchos españoles que ignoran la calidad cultural de nuestros vecinos y su exquisita educación y cortesía, nunca aduladora o servil.

Ha sido una buena noticia la instalación de un centro avanzado de investigación en el campo de la nanotecnología en la localidad portuguesa de Braga. Es una obra conjunta de los dos países en la que participan científicos lusos y españoles abiertos a toda la comunidad investigadora internacional. La inauguración tiene una simbología y una carga de futuro que en este momento no somos capaces de valorar en toda su dimensión. La asignatura pendiente sigue siendo la comunicación. El AVE Madrid-Lisboa se retrasa escandalosamente. Las montañas ya no son un obstáculo. Las tuneladoras las han hecho absolutamente permeables. Los ríos que compartimos desde su nacimiento hasta las orillas del mar son un instrumento para reforzar nuestra solidaridad.

Si conseguimos aunar nuestro potencial económico, político y cultural podemos formar una comunidad de más de 600 millones de personas. La literatura nos ha permitido compartir y adoptar a un premio Nobel como José Saramago, decidido partidario de la unión y convencido de sus inmensas posibilidades. Hace unos meses, en Lanzarote, le recordé su propuesta. Confieso que lo encontré un poco desanimado.

Una reciente encuesta del Centro de Análisis Social de la Universidad de Salamanca puede reavivar el debate intermitentemente suspendido. El Barómetro de Opinión Hispano-Luso detecta una cifra considerable de portugueses (39,9 por ciento) y de españoles (30,3 por ciento) partidarios o cercanos a una posible unión futura. Lamentablemente los resabios de la lengua del imperio arroja una cifra de españoles (76,2 por ciento) que se oponen al estudio obligatorio del portugués, lo que no tiene nada de extraño cuando observamos el revuelo armado alrededor del bilingüismo en Galicia. Podríamos romper esta resistencia si se incrementa la colaboración científica y la participación del capital español y luso en empresas de los dos países. La relaciones económicas facilitan el acercamiento lingüístico.

El maestro Saramago, al conocer estos datos, se ha reconfortado y nos ha recordado la frase de Galileo ante los detentadores de la verdad: «Y sin embargo se mueve». Los prosaicos e irreductibles patriotas de charanga y pandereta tienen ante sí un escenario con el que no contaban y que siempre despreciaron.

No debe extrañarnos que los estudiantes españoles y portugueses elijan para sus Erasmus países de culturas menos afines y de idiomas diferentes, pero eso no es obstáculo para una mejor y mayor planificación de los sistemas de enseñanza y el intercambio entre las Universidades españolas y portuguesas.

En el mundo judicial cada vez que hemos tenido oportunidad de reunirnos con colegas portugueses hemos constatado la fluidez de intercambio de conceptos, la afinidad de nuestros sistemas procesales y la cercanía de nuestras culturas jurídicas.

Es el momento de movilizar los sentimientos y las razones, y de aprovechar las oportunidades para el desarrollo que nos ofrece el mundo en el que nos movemos. No sería tanto nuestro impacto demográfico en la Unión Europea como nuestra inmensa potencialidad para integrarnos en las comunidades americana y africana que tanta relevancia están alcanzando en la esfera internacional. Podríamos convertirnos en sujetos activos de las relaciones internacionales y participar en las cumbres con una voz común.

Las raíces están plantadas, los trabajos pendientes y los sueños por venir. Como recoge Saramago en el libro que he citado acudiendo al autor cubano Alejo Carpentier: Todo futuro es fabuloso. Algunos objetarán que esta aventura no es posible mientras no consolidemos un modelo de Estado español más homogéneo y consciente de sus intereses comunes. Quizá estos nuevos objetivos contribuyan a abrir un debate y reflexionar sobre los nacionalismos que se sienten incómodos en una España que sólo mira hacia el centro.

Tenemos que recorrer el camino olvidado que algunos alumbraron. No sabemos hasta dónde podemos llegar, pero merece la pena intentarlo. Ya nunca más seremos una balsa de piedra que, como en la narración de Saramago, se desgaja de los Pirineos y se interna en el Atlántico. Europa ya es cosa nuestra y lo nuestro es y ha sido la aventura marítima hacia todas partes. Herman Hesse se anticipó al decirnos que hoy no está la razón política en el mismo lugar donde se halla el poder. Es preciso que exista una afluencia de inteligencia e intuición desde círculos no oficiales. Debemos animarnos a intentarlo porque es razonable. Una vez más Rosalía nos llama. La cito en su lengua, que todos podemos entender. Dende aquí vexo un camiño que non sei a donde vai; polo mismo que no sei, quixiera o poder andar.

(ABC, 17-8-2009)